El CO2 o dióxido de Carbono es un gas que se genera como subproducto de la combustión (todo tipo de combustiones). El problema radica en que, desde la era Industrial, los seres humanos no paramos de quemar los más diversos tipos de combustibles. Especialmente los de origen fósil, liberando toneladas y toneladas de este gas a la atmósfera.
Uno de los problemas más graves de este gas es que se fija en la atmósfera y se mantiene allí durante muchísimo tiempo, por lo que su acción es de muy larga duración, para colmo, los consumidores más eficientes de CO2 son las plantas y árboles y el ser humano no para de talar bosques, deforestar selvas y arrasar montes.
Otra de las fuentes de sumisión del CO2 son los suelos, que no paramos de degradar y contaminar. Y ya el colmo es la polución nefasta que sufren nuestros océanos a causa de la negligencia humana a la hora de gestionar sus desechos. Tanto los suelos como los océanos son sumideros naturales de CO₂ y su deterioro libera este gas.
No somos conscientes de que en los ecosistemas existe un equilibrio que la naturaleza impone y que con nuestras acciones lo ponemos en peligro. Entre las consecuencias de nuestra negligencia está justamente la liberación de enormes cantidades de CO2, ya sea por quemar combustibles fósiles o por el deterioro que le ocasionamos a sus sumideros naturales de este gas.
El metano se está produciendo desde siempre, pero los niveles de este gas se dispararon y en 1990 los científicos se percataron de que había casi el doble de este gas en la atmósfera que dos siglos antes. Inexplicablemente en esa época su acumulación se detuvo y en 2007 comenzó a aumentar de manera alarmante, sin que esta situación tenga visos de revertirse.
El metano se origina cuando la materia orgánica comienza a descomponerse, por lo que la ganadería, las aguas estancadas o eutrofizadas, las filtraciones de gas natural, la producción de ciertos componentes y lubricantes, la gestión incompleta de los residuos o los cultivos acuáticos como el del arroz, son fuentes de emisión de este gas de efecto invernadero.
Es evidente que las cantidades de metano que se liberan de forma natural no se pueden controlar, pero sí podría hacerse una mejor gestión de aquellas en la que el accionar antropogénico es definitivamente el factor agravante, como es el caso de la cría intensiva de animales o del que se produce (y elimina) desde los vertederos.
El metano puede resultar entre 21 y 89 veces más dañino que el CO₂ a la hora de “calentar” la atmósfera, dependiendo del origen del gas, la temperatura ambiente y otras condiciones climáticas, aunque su tiempo de fijación es menor, ya que al cabo de aproximadamente 12 años desaparece.
Así que, si bien el metano permanece mucho menos tiempo en la atmosfera que el CO₂, su efecto es mucho más pernicioso. Por eso es que los científicos están buscando como eliminarlo con mayor rapidez. Además, estiman que, si se lograse controlar y disminuir significativamente su producción, en plazos muy breves se podrían neutralizar los efectos de este pernicioso gas de efecto invernadero.